Pedro. La historia jamás contada
Capitulo I
Veo como Alí se sienta frente a la “piedra viviente”. Miguel y Mustafá se acercan. Cuatro hombres de distintas convicciones convocados por el rumor de las voces que salen de una piedra. Las tres grandes religiones monoteístas representadas en aquel grupo. Cruz. Estrella. Luna. El mismo Dios reconocido como Creador de todo lo visible e invisible.
El tallador acomoda su cuerpo. Sacude el polvo de la piedra con un trapo. Toma el cincel y comienza su trabajo. El primer golpe ligero cae sobre ella. ¡Bereshit! ¡En el principio! ¡Al principio!
Al principio, cuando Dios vio llegado el momento de manifestar y comunicar su gloria, de la nada creó la materia. Y del primer núcleo de materia surgió la luz. Y la luz, salida del estallido del núcleo energético —hace millones de años—, expandió el cosmos.
En el principio, cuando el Señor de la Creación hizo brotar el Universo abriendo sus manos con la llave del amor, las astillas se propagaron en múltiples direcciones dando origen a galaxias, nebulosas, estrellas y planetas. Los gases se condensaron y, al enfriarse, formaron átomos. Los átomos se unieron en inmensas nubes de gas cósmico y constituyeron las galaxias. Entre ellas, la vía Láctea. En su interior, una estrella que fue llamada más tarde Sol y un planeta que se conoció como la Tierra. Y la Tierra comenzó a girar en torno al Sol y la Luna dibujó su órbita alrededor de ella.
Los ecos de aquella gran explosión aún se pueden oír en el cosmos. El Universo entró así en su proceso de expansión hacia la perfección última. La luz fue separada de las tinieblas. Los cuatro elementos tomaron forma.
La explosión. Sus astillas. Un montón de reflejos y radiaciones en movimiento. Enormes bolas de gas ardiendo a altísimas temperaturas, irradiando brillo y color. Espacio dilatando más espacio. Tiempo comenzando a gotear. Y el Creador, con su Verbo y Sabiduría, empujando la difusión de la luz.
Bajo el viento que producía su aliento, la Tierra todavía carecía de atmósfera. Todo eran montañas y valles, hasta que comenzó a caer lluvia ardiente. Hubo bruscos cambios de clima. Los gases se enfriaron para formar océanos. Luego, todo se cubrió de glaciar blancura y el oxígeno pobló la atmósfera. Más tarde, los primeros seres vivientes asomaron su rostro y la cadena biológica comenzó a tejerse.
Después, el Creador completó la creación en el Hombre, para que con su dignidad de persona gozara de ella. Luz despejando las tinieblas. Y en el camino de la luz, el albedrío. Vida en libertad. Un ala cósmica fluyendo de la nada, proyectándose, reflejándose como imagen de Dios.
Cuando el hombre abrió los ojos había mares y tierras, cielo y firmamento, días y noches, montes y piedras. Cuando el hombre abrió los ojos encontró hierbas, árboles y frutos; vio volar a las aves y caminar a las bestias. Y nombró a las cosas por vez primera: agua, aire, tierra, fuego...
La masa ígnea derivada de la luz, proveniente de la gran explosión, continuó generando en su núcleo movimiento. Parte de la tierra hubo de moverse dando lugar a las aguas y surgieron mares interiores. Parte de las aguas se corrieron a la vez produciendo nuevas fusiones de tierra. Algo de los seco se hundió, formando nuevas montañas y depresiones. Y así, la Pangea comenzó a dividirse.
La Tierra encontró una figura. Silueta dinámica, que siempre está mudando, deparando cambios apenas perceptibles a los ojos del hombre. Rostro de un planeta aguardando el momento en que todo vuelva a ser esa pequeña porción de materia, o de la infinita dilatación que desgarre el Universo y lo sumerja en el misterio de un agujero negro —cuando el espacio deje de ser y enmudezca el latido para siempre.
Y el Creador, poco a poco, se fue revelando.
Alí levanta el brazo. Corta el aire. Abre un surco con el cincel, para volver a cerrarlo cuando lo baja y golpea otra vez sobre la piedra. Tac. Y con el golpe, las voces de la historia que surgen del jardín del Edén, entre el Tigres y el Eúfrates.
—...Sólo del fruto del árbol que está en medio del jardín nos ha dicho Dios: “No coman de él, ni lo toquen siquiera, de otro modo morirán”.
—¡No, no morirán! Antes bien, Dios sabe que en el momento en que coman se abrirán sus ojos y serán como dioses —dice la serpiente.
—¡Fuiste tú, Eva, carne de mi carne, hueso de mis huesos!
—¡Fue la serpiente, acercándome el fruto rojo!
—¡Mira tu desnudez!
—¡Cúbrete!
Una pausa. El polvo que vuela. La mano de Alí cayendo sobre la roca. Tac. Toc. Nuevas voces del pasado. Ahora en el monte Ararat. La paloma blanca que no regresa, la tierra se seca y sale el arco Iris.
—¡Observen!
—¡Es un arco en el cielo!
—El arco aparecerá en las nubes y yo, al mirarlo, me acordaré de mi Alianza perpetua con toda alma que vive en cualquier carne de la tierra —dice Yavé.
—¿Podemos salir? —pregunta Noé.
—¡Salgan, Noé! Jamás volveré a castigar a los seres vivientes como acabo de hacerlo. Quien derrame sangre de hombre, verá la suya derramada por el hombre, porque Dios ha hecho al hombre a su imagen. Ustedes, pues, sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y domínenla.
Mustafá esboza una sonrisa. Miguel enciende un cigarrillo. Observo el cielo. Una nube se acerca. Tac. Toc. Un nuevo golpe marca la piedra que trae rumores desde el encinar de Mambré, donde un hombre, en representación de todos los hombres, habla con Dios.
—No temas Abram, yo soy tu escudo. Tu recompensa será muy grande.
—Señor, ¿qué vas a darme? Yo estoy para morir sin hijos y será heredero de mi casa ese Eliécer de Damasco.
—Levanta tus ojos al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas. Así será tu descendencia. Yo estableceré mi Alianza contigo y te multiplicaré en modo extraordinario. Tú llegarás a ser padre de una muchedumbre de pueblos. La Alianza que será guardada entre mí y ustedes, tú y tu descendencia después de ti, es esta: Todo varón entre ustedes será circuncidado.
—¿A un hombre de cien años le podrá nacer un hijo, y Sara a los noventa años podrá ser madre?
—Yo la bendeciré y te haré tener de ella un hijo y con mi bendición llegará a ser madre de naciones, y hasta reyes de pueblos saldrán de ella... Y desde ahora te llamarás Abraham.
El día está en su plenitud. Veo como la primera gota de sudor baña la mano del tallador. Tac. Toc. El eco de los sonidos del ayer gira con el movimiento, dejando oír el crepitar de la zarza que arde en el monte Horeb, mientras Moisés apacienta el ganado de Jetró.
—¡Moisés! ¡Moisés!
—Heme aquí. —No te acerques. Quita el calzado de tus pies, porque el lugar en el que tú estás es tierra santa. Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob... Yo te envío al Faraón para que saques a mi pueblo, los hijos de Israel, de Egipto.
—Pero si ellos me preguntan, “¿cuál es su nombre?”, ¿qué les responderé?
—Yo soy el que soy.
Las miradas se cruzan. Mustafá se aleja unos pasos. Miguel no deja de fumar. Alí continúa zarandeando la piedra con sus golpes. Tac. Toc. Esta vez se escucha la voz del pueblo dirigida a Moisés cuando baja del Monte Sinaí. No le han bastado ni la apertura del mar Rojo, ni el maná caído del cielo, ni las codornices...
—Háblanos tú y te escucharemos; pero que no nos hable el Señor, para que no muramos —le dicen a Moisés.
—No teman, que el Señor ha venido sólo para probarlos y para que su temor esté siempre en ustedes y no pequen.
Camino por el sendero alejándome de la piedra y su rumor. Observo el mar, las olas rompiendo en la playa, gaviotas que vuelan, la sal en el aire. Vuelvo mis pasos. Escucho. Tac. Toc.
... Y el hombre siguió cayendo y fue levantado, hasta que la revelación se consumó.
¡Primario! ¡Primitivo! Muñecos jugando sobre la mesa del sublime emperador. ¡Paff!, castigo. ¡Sniff!, perdón. Hormigas aplastadas por la mano de Dios. ¡Mal comienzo para la sinfonía! Esperaba otra cosa mejor. ¿Que qué? Algo como una rosa mística abriéndose con el amanecer, destilando perfume del alba, dando paso al canto de los pájaros. Pájaros y flores enhebrando el camino hacia el encuentro con Dios.
No creo en nada de todo esto. Lo intuí. Se lo dije a Miguel. ¡Piedra viviente! ¡Ja! Más nada de nada.
Es que no entiendes, Sensus. Castigo y perdón no fue el producto de la revelación, sino la consecuencia del albedrío otorgado al hombre. Dios está por encima del bien y el mal, desde el principio reveló su misericordia y bondad, pero el hombre no lo comprendió.
¡No!, el hombre siempre lo buscó. En el sol, la luna o las estrellas. Pero no pudo hallarlo, como no lo encuentro yo. Ya no puedo seguir escuchando. El tiempo me acosa. ¡Qué tontería! ¡Pagar semejante suma de dinero por una piedra! Para el fin del hombre no hay remedio. No se conoce persona que se salve del Averno.
¡Cállate, Sensus! Abre un pequeño espacio en tu corazón. Calma el latido. Escucha. Dale lugar a la esperanza del asombro.