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El camino de la misericordia

Prólogo

No sé cómo comenzar este libro. ¿Quién soy yo para hablar de la Misericordia de Dios? Más bien debería referirme a la miseria humana, sobre todo la personal. Pero tengo frente a mí una pequeña frase del Diario de la santa polaca, sor María Faustina Kowalska, la vidente del Jesús Misericordioso. La frase me duele y empuja a escribir. Según ella relata, Jesucristo le decía: “Si no creen en mis palabras, crean al menos en mis llagas” (Diario, 397). Y es por esa razón que me siento frente al computador, contemplando las llagas del Señor crucificado, especialmente su costado, herido, abierto por la lanza. Costado del que brotó sangre y agua en el Calvario. Alguien dijo que fue porque la punta de la lanza le llegó hasta el corazón y lo rasgó. No lo sé, yo no estuve allí. Pero tal vez pueda imaginarlo e intentar describir con palabras aquel momento, mientras el soldado romano, a pesar de estar violando una orden (porque debía romperle los huesos de las piernas), y sin saber que daba cumplimiento a dos profecías (“no se le romperá hueso alguno” y “verán al que traspasaron”), le hundió la lanza en el costado izquierdo, debajo del corazón.

Y del costado comenzó a manar sangre y agua, como si fuese un pequeño manantial de fuego cristalino. Rojo y blanco. Martirio y salvación. Rojo y blanco. Como las dos coronas que viera siendo un niño otro gran santo polaco, me refiero a Maximiliano Kolbe, quien terminó entregando su vida para salvar la de un padre de familia en el campo de concentración de Auschwitz. Rojo y blanco, como los rayos que salen de la imagen del Jesús Misericordioso que el Señor mandó pintar a sor Faustina, para que esta devoción se esparciera por el mundo entero. Rojo y blanco, como los colores de la bandera polaca que tanto admiré durante mi viaje a la tierra natal de Karol Wojtyla. El rojo de la sangre y el blanco del agua, como podríamos ver si nos aproximáramos al Gólgota, en la hora nona (tres de la tarde), mientras la Madre de Jesús gritaba de dolor y el Cordero inmolado ya había exhalado el último suspiro.

Este libro está dirigido a cualquier lector. Sea creyente o no. Justo o pecador. Comprometido o indiferente. Y, por supuesto, también para mí. ¿Por qué? Porque el mismo Jesús le dijo a sor Faustina: “En la cruz, la Fuente de mi Misericordia fue abierta de par en par por la lanza para todas las almas, no he excluido a ninguna” (D.1182). Claro, si minutos antes de morir, había exclamado: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Es decir, entregó su don del perdón gratuitamente, más allá de la falta de arrepentimiento de quienes lo habían crucificado.

Hablar de la Misericordia, es referirse al “atributo más grande de Dios”, tal como Jesús le dijera a sor Faustina (D.301) y, entonces, vale la pena comenzar el libro con el mismo propósito abarcador, sin ningún tipo de prejuicio ni limitación acerca de los posibles destinatarios. Además, el tema de la Misericordia excede el propio ámbito del cristianismo, porque Dios es “misericordioso y compasivo” para las tres grandes religiones monoteístas de la humanidad. Este es un gran punto de coincidencia entre las mismas que vale la pena destacar.

Pero no basta con leer que Dios es bondadoso. Debemos intentar vivir su Misericordia en nuestras vidas y trasladarla a nuestro prójimo. ¿Cómo hacerlo? ¿Cuál es el sentido? ¿Qué beneficio puede tener para mí, para ti, para cualquiera de nosotros? Espero que descubras algunas respuestas a lo largo de este libro, contándote de mi peregrinación al santuario del Jesús Misericordioso, sobre la pequeña colina de Lagiewniki, en los suburbios de Cracovia. Hacia allí partí en agosto de 2002, coincidiendo con la que podía ser la última visita del Papa Juan Pablo II a su tierra natal.

Te invito pues a unirte conmigo y juntos caminar por esta senda de luz, por “el camino de la Misericordia”, donde Jesús nos dice como a sor Faustina: “Ven y toma las gracias de esta fuente con el recipiente de la confianza. Jamás rechazaré un corazón arrepentido. Tu miseria se ha hundido en el abismo de mi misericordia” (D.1485).

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