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Abriendo el corazón

Introducción

Parecía estar escrito. Tenía que ir a Medjugorje. No podía borrar aquello grabado en el misterio del corazón y que, inexplicablemente, había dejado impreso en papel quizás intuyendo que mi propio viaje espiritual debía conducirme a aquel sitio remoto del mundo. Porque en "Los ojos de María" —una novela que escribí sobre la Virgen de Guadalupe—, decía a través de uno de los personajes: "El final de nuestro viaje fue Medjugorje, en la antigua Yugoslavia. Allí vi llorar a María porque no se detenía la guerra, aunque muchos en todo el mundo la aclamaran como Reina de la Paz". Y lo decía sin conocer nada de la historia ni del lugar.

Sin embargo, como estas cosas siempre tienen sus idas y vueltas, en 1999, cuando viajamos con Julieta, mi mujer, a Italia y ella sugirió visitar el santuario mariano de Bosnia-Herzegovina, pensé que no era el momento. Pero este año 2000, año santo, año del Jubileo Cristiano y de las peregrinaciones, lo que estaba escrito volvió a presentarse. En este caso, la invitación fue de un amigo sacerdote. "Viajo a Medjugorje. ¿Por qué no vienes conmigo?", me dijo. Así de simple. Así de complicado. Pero finalmente acepté. Había algo, que formaba parte de ese misterio y me impulsó a dar el sí, mezclando las intenciones de peregrinar con las de investigar lo que allí estaba sucediendo y, tal vez, después escribir algo. Luego, como era de esperar, invité a mi mujer. Más tarde, se unieron al grupo de peregrinos (en total fuimos treinta y tres) dos grandes amigas en este caminar de la fe con quienes compartíamos la misma espiritualidad.

¿Pero quién era el que realmente me invitaba y nos invitaba? ¿De quién era el llamado? El organizador de la peregrinación me dio una posible respuesta, por más extraña que resultara en ese momento: "Ella es la que invita. María es la que nos llama a través de otros". Y así nos dispusimos a partir. Realmente fue una gran alegría. Un grupo de amigos viajando a un santuario de la Virgen María, de la Gospa (que en croata significa "Madre Bendita"). Y pese a todas las dudas que cargaba encima, me dejé llevar, porque quizás fuera la Virgen la que me estaba llamando, como lo ha hecho y sigue haciendo con cada uno de los habitantes de este mundo, desde aquellos lejanos tiempos en que comenzaron los milagros de Jesús en Caná de Galilea. Desde que María dijo a los sirvientes de las bodas, cuando el vino se había acabado:"Hagan lo que Él les diga". Porque la invitación de María siempre es la misma, llevarnos hasta su Hijo.

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